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12.8.15

Se llamaba Juan - De juanes en mi vida.


Mi abuelo materno se llamaba Juan. Aunque murió repentinamente cuando yo era muy pequeño, su presencia quedó grabada en mi primer recuerdo, ese que se pierde entre el límite difuso de la conciencia y el sueño de la propia existencia. Pero el caso es que se llamaba Juan. Y según la accesible Wikipedia, este nombre procede del hebreo יוחנן (Yôḥānnān), que quiere decir 'El fiel a Dios'. De esto me acabo de enterar, ¡vaya casualidades de la vida!

Porque el caso es que hace unos meses me dí cuenta de a lo largo de mi vida habían ido apareciendo diversos "juanes", sin los cuales mi historia no sería la misma. El primero, por supuesto, el abuelo Juan, con quien comparto un cuarto de la información genética y una familia estupenda (Juan Carlos, Juan Ramón...). Pero tras él vinieron otros.

La parroquia en la que desperté fue la de San Juan Macías en Badajoz. No fui bautizado allí sino en de La Concepción, pero recuerdo perfectamente ser un enano y arrastrarme por los bancos, junto a mi hermano Juan-Ra jugando con algún cochecito; también las primeras catequesis (aunque no sé si fueron primero las que recibí en el colegio El Tomillar).

A mi llegada a Mérida por el traslado laboral de mi padre destacaron en mi educación dos profesores: don Juan Morales y, especialmente quizá, don Juan Bonilla. Ambos fantásticos maestros del colegio Octavio Augusto. De don Juan Morales adquirí un increíblemente amplio repertorio de refranes y dichos populares. No porque los enseñara, sino porque los decía. Don Juan Bonilla, aún siendo un hombre severo en ocasiones (hasta le hicimos un rap), me transmitió muchas cosas como, por ejemplo, que cada cosa tiene tu tiempo, junto a la importancia del cumplimiento del deber.
Evidentemente hubo otros profesores que influyeron en mi educación (Antonio Torres, Fernando Molina, Santiago Aragón o Manolo Acedo, por nombrar un quadrivium importante), pero en la decisiva etapa de primaria fueron dos juanes los que lo hicieron poderosamente.

Pero el punto de giro crítico de mi relato vital fue el envío y aterrizaje - tras recibir el sacramento de la confirmación  - a una nueva parroquia en la que 'existía un grupo de jóvenes cristianos': la de San Juan Bautista y María Auxiliadora.
Fue aquella una época fuerte en vivencias, con quince años y en plena adolescencia, en la que encontré dos elementos cruciales: la fe y a la persona amada. En ambos casos hubo un punto de enlace, accidental, en la figura de don Juan Cascos, un sacerdote tan importante para mí que merece un post aparte.

Pero el caso es que desde aquel grupo de formación, con experiencias de fe y una intensa formación doctrinal, mi posición ante el mundo tendió al combate de la fe. Siempre me gustó ser un paladín, adalid y defensor de la justicia, el bien y la verdad. Sin duda el espíritu de San Juan Bautista encajaba con mi perfil. En cierto sentido notaba que prácticamente todo el mundo estaba corrompido, y que, por tanto, como buenos cristianos lo que debíamos hacer era denunciarlo, transformarlo y evangelizarlo mediante el anuncio. Sí, claro, sin miedo a las consecuencias. Recordemos que a Juan Bautista le terminaron cortando la cabeza, aunque también es cierto que es el santo entre los santos y que "no ha habido nunca nadie más grande nacido de mujer".
Quizá fue la energía, o los modos. Quizá que con veinte años tienes la sensación de que puedes "comerte el mundo", pero ahora reconozco en aquella época una cierta falta de humildad. Una cierta desconsideración hacia 'los otros', hacia  aquellos 'pobres ciegos' que no eran capaces siquiera de vislumbrar la luz que para mí resultaba cegadora.

Por aquel entonces grabé bastantes programas de debate en televisión. Me temo que en los anales televisivos mis posturas puedan parecer radicales, extremistas o demasiado ardientes. Pero bueno, "lo escrito, escrito está".

Afortunadamente, espero, el paso de los años te hace madurar y cambiar, con suerte, a mejor. No es que imitar al Bautista se malo, ¡ojo! No quiero que se me malinterprete. Pero llegó un momento en que llegué a estar ciertamente enfrentado y enfadado con el resto del mundo. Y ya pasó.

Quizá la siguiente etapa de mi vida espiritual ha sido patrocinada por San Juan Evangelista. El discípulo amado representa el apostolado que que se hace desde la cercanía y el amor a Jesucristo. Este me resulta muy próximo al Apostolado de la Oración, que conocimos gracias a los encuentros de FRC (Familias por el Reino de Cristo).
Básicamente, se trata de estar muy, muy cerca de Dios para poder llegar a los demás. Porque los sentimientos de Cristo fueron de acogida, de reparación, de perdón y de misericordia. Asemejar nuestro corazón su Corazón es una tarea para toda la vida, del mismo modo que la evangelización y el trabajo de apostolado "desde dentro" de la Iglesia.
Época de oración, de eucaristía... pero también de encuentros, de charlas, de propuestas y de trabajo intenso en la pastoral familiar.

Y así llegamos al último de los juanes que ha entrado fuerte en mi devenir histórico: San Juan Bosco. La experiencia de "don Bosco - El Musical" me ha ganado una relación renovada con este santo y con toda su familia, la familia salesiana. Ha sido todo un descubrimiento y un encaje de bolillos de la Providencia el que haya descubierto este carisma que creo que tanto puede ayudar a mi vocación como educador. 

Y hasta aquí los juanes de mi vida. Ya os podéis imaginar quién puede poner música a esta entrada. ;)

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